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domingo, 12 de marzo de 2017

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De la Crónica Deportiva Marzo 7 2017

8vaTemporada
“Re-PODRIDOS”

De obituarios y Lapidas

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El dinero ya había llegado al fútbol, y los jugadores, por lo menos en la enorme mayoría de los clubes de primera división, cobraban viáticos, además de una «retribución mensual», un
eufemismo para no nombrar la palabra sueldo o salario. Era usual en los años veinte que dirigentes con contactos políticos o empresarios simpatizantes de los equipos «emplearan» a
los principales futbolistas para que tuvieran otro ingreso mensual. En otros casos, los propios jugadores tenían un trabajo adicional.
La falta de cuidados médicos, los pocos conocimientos de los profesionales sobre las lesiones que producía la práctica cada vez más activa del fútbol y la temeridad de muchos deportistas significaron una zona de alto riesgo durante la época amateur. Uno de los casos emblemáticos de los años veinte fue el fallecimiento de Jacobo Urso, importante futbolista

de San Lorenzo, que el 31 de julio de 1922 visitó a Estudiantes en la cancha de Palermo. Cuenta Alberto Dean en su libro San Lorenzo querido, cien años de pasión que «en una jugada absolutamente casual, Urso chocó con un rival y sufrió la fractura de una costilla. Lo aconsejable era que San Lorenzo se quedara con un hombre menos, pero Urso se negó terminantemente. Luchador indomable, continuó jugando mientras que la costilla ya se había incrustado en su riñón, en tanto la camiseta se iba cubriendo de sangre».
Sigue contando Dean que «una vez concluido el cotejo, Urso fue internado en el Hospital Ramos Mejía con un dolor cada vez más agudo. Los especialistas decidieron operarlo dos veces seguidas, quedando en claro que la vida del jugador corría riesgo. El desenlace llegó el 6 de agosto... había muerto Jacobo Urso. San Lorenzo tenía un mártir como referencia para toda su historia».
Un tiempo después, el diario Santa Fe informaba el 3 de marzo de 1925 que «anoche fuimos sorprendidos por un aviso telefónico donde se nos comunicaba el deceso del jugador Ernesto Celli, acaecido a las 0.45hs a consecuencia de una enfermedad de efectos fatales y simultáneos, que fue contraída en el cultivo de su deporte favorito, el football. El domingo pasado, Celli actuaba en un partido amistoso entre Newell's Old Boys y Nacional de Rosario. La temperatura reinante era bastante pesada y el desarrollo del juego le ha provocado el consiguiente cansancio y sofocación, motivo por el que Celli se vio obligado a ingerir una cantidad de agua muy fría que le ocasionó un malestar general. Hoy, tras breves e inesperadas alternativas, su estado se agravó produciéndole un ataque cerebral a consecuencia del cual dejó de existir a la hora que consignamos».
El 4 de marzo de 1931 se produjo otra muerte, cuando el jugador Héctor Arispe, hombre de Gimnasia y Esgrima La Plata, falleció insolado durante la disputa del partido oficial contra Sportivo Barracas. Fue el llamado final para que el fútbol se reorganizara y se tomara en cuenta, aun en pequeña medida, a los jugadores, atenazados entre el poco dinero que recibían y una estructura de campeonatos que los llevaba a seguir actuando en medio del calor, en época de vacaciones y con torneos larguísimos.
Las situaciones luctuosas continuaron en los primeros años del profesionalismo. Luis «Huesito» Sánchez, un habilidoso  centrodelantero que jugó varios años en Platense y fue campeón con Boca, decidió suicidarse cuando creyó erróneamente que le habían diagnosticado tuberculosis. Su mujer llegó tarde para disuadirlo con el análisis definitivo que desmentía la enfermedad.
Sobre los médicos de la época y la histórica viveza argentina,   algo singular ocurrió en 1928. Cuenta que «en un partido muy cerrado entre el club de Pque Patricios, el puntero del campeonato, e Independiente, disputado el barrio de la Quema, el arquero rojo Néstor Sangiovanni chocó contra un delantero local y quedó tendido varios minutos. Por ese entonces, lo normal era que el club local aportara el médico para todos los jugadores, de modo que el 1 dé Independiente fue revisado por el facultativo del Blobito. Al ver una oportunidad servida en bandeja para darle una manito a su equipo, afirmó que Sangiovanni tenía tres costillas fracturadas y llamó una ambulancia para trasladar al guardametas hasta el Hospital Penna. La valla fue cubierta por el defensor Ernesto Chiarella y el conjunto de Avellaneda continuó con diez jugadores. A pesar del ardid, la ventaja numérica conseguida por el malicioso doctor no le impidió a Independiente derrotara al Blobo. Finalmente, el médico reconoció su error y admitió que Sangiovanni sólo tenía un fuerte machucón, de ésos que duelen más al día siguiente».

(Historias Negras del Futbol Argentino-Alejandro Fabbri-Capital Intelectual)




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